No forma parte del panteón cinematográfico norteamericano en ninguno de sus aspectos, lo cual basta para pronosticarle con casi total firmeza un triste porvenir. Un director y guionista como Tom McCarthy, más asiduo sobre la pantalla que detrás de ella; un personaje principal como Richard Jenkins, arraigado actor de reparto pese a su brillante labor interpretativa; otros tres actores como Haaz Sleiman, Danai Gurira y Hiam Abbass, que nos suenan más a postres de un restaurante libanés que a honorables deidades hollywoodienses; y un escaso presupuesto; son factores que condenan cualquier película sin piedad, obligándola a pasar sin pena y sin gloria por la historia del cine. Sorprendentemente y lejos de las conjeturas, The Visitor ha conseguido generar un cierto interés y un moderado éxito más allá de las fronteras del cine independiente sin dejar de ser fiel al credo indie. En realidad se trata de una modesta victoria al lado de otras producciones, pero es de la que no se gana con galardones favoritistas.
McCarthy debutó como director en 2003 con The Station Agent, traducida al español como Vías Cruzadas, y ahora repite experiencia -y triunfo- con esta delicada historia sobre las relaciones humanas expresada a través de contrastes y de convergencias. Walter Vale, interpretado por el hasta ahora discreto Richard Jenkins, es un viudo profesor universitario que deambula buscando, sin mucho empeño ni mucho éxito, algún aliciente que le devuelva las ganas de vivir. Hasta que un buen día es enviado a Nueva York por cuestiones de trabajo y al llegar a su olvidado apartamento se encuentra con unos desconocidos inquilinos que llevan dos meses viviendo allí, víctimas de una estafa inmobiliaria. Son el sirio Tarek (Haaz Sleiman), su novia, la senegalesa Zainab (Danai Gurira), y más tarde su madre, Mouna (Hiam Abbass), quiénes contribuirán al progresivo resurgimiento emocional de Walter, por bien que ello será, en buena medida, gracias a una serie de complicaciones.
The Visitor es una sinfonía de duetos protagonizada por voces completamente dispares que topan aquí con una excusa para encontrarse y convivir. De la historia se desprenden dos discursos distintos: uno de carácter social, como es el tema de la imigración, y otro con un tono más personal, como es el paulatino renacer de la ilusión perdida. Si bien ambos se desarrollan paralelamente a lo largo del film, el segundo lo hace de forma positiva en detrimento del primero, el cual sufre una evolución regresiva. Por otro lado, el temperamento frio y distante que caracteriza a los personajes al principio del relato guarda algunos ladrillos con los que cada uno de ellos está dispuesto a construir un puente de unión, de modo que la hostilidad inicial termina por convertirse en empatía y comprensión. Todo esto reforzado a través de la música, la cual podríamos considerar un personaje más de la historia. Walter, en uno de sus infructuosos intentos de encontrar algo que motive su existencia, prueba de aprender a tocar el piano, aunque ello solo le sirve para sentirse aún más fracasado. En cambio, cuando Tarek le descubre el djembé, la vida del protagonista empieza a reanimarse a ritmo de percusión. El contraste entre la sobriedad del piano, tan representativo del mundo occidental, y la fogosidad de los tambores africanos es otra de las dualidades convergentes de esta historia.
Es la concomitancia -a veces, incluso, la fusión- inesperada de estos contrastes, lo que convierte a The Visitor en una pieza realmente encantadora; sin dejar de lado, por supuesto, el increíble trabajo de las personas implicadas en el proyecto, a pesar de no ser éstas de las más destacadas del “mundillo” cinematográfico, al menos no en el rol que aquí les ha tocado jugar.
El más reciente film de McCarthy se podría catalogar como un drama contenido que, incluso en la situación más adversa, nunca deja de mantener su compostura, evitando caer así en el recurso fácil de las emociones sobrecargadas. Por otro lado, el espectador es el niño pegado al cristal del escaparate que admira el juguete que le traerán los Reyes Magos y, al mismo tiempo, es ese mismo niño desconcertado después de abrir todos los paquetes y descubrir que lo que tanto deseaba no está. The Visitor nos ofrece un bonito y ameno diálogo intercultural -quizás un poco idílico, pero no imposible- en el que todos los personajes son visitantes que progresivamente van despojándose de sus prejuicios y abriéndose al otro, y por tanto, a ellos mismos. En contraste y basándose en el tema de la inmigración musulmana en EUA, la película desmiente una vez más el American dream, aquel discurso sobre una tierra utópica con oportunidades para todos que ya nadie se cree.
De este modo, uno ya no sabe si creer en el optimista diálogo y encuentro que promulga J. M. Esquirol en su libro Uno mismo y los otros (Herder, Barcelona, 2004), o hacer caso a Rousseau cuando dice que el nacimiento del sentido de la propiedad ha llevado a nuestra especie al ocaso. Seguramente lo más plausible sea pensar que quizás ambos tengan razón; y este es, de hecho, el mensaje que The Visitor quiere transmitir. Porque en la vida real, el hombre es, ha sido y será siempre, una marioneta en manos de la ley que él mismo ha creado y aceptado, pero, a su vez, es, ha sido y será siempre, una pequeña Antígona dotada de un humanismo por encima de lo escrito.
The Visitor es, en definitiva, un conmovedor relato polifónico sobre la vida: a veces de cara, otras de espaldas; y sobre la naturaleza contradictoria de las relaciones humanas: a veces conciliadora, otras excluyente.
viernes, 29 de mayo de 2009
Sinfonía de polos opuestos
La historia va de orientales, occidentales y catastrófico New deal.
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SOBRE MI
- ASTRID G.
- Tengo veintiún años y desde hace cuatro frecuento la carrera de Humanidades y otros lugares de alterne por el estilo. Soy inquieta, inconstante e inestable. Adoro la calma, pero mi vida es un caos.