La historia va de solteros, profesores, alumnas y clientes de un bar.
Habíamos llegado a los treinta solos, aunque por aquellos tiempos él ya tenía casi cincuenta y, sí, seguía solo. O quizás demasiado acompañado como para escoger una de entre todas las personas que le rodeaban. Lo vi apoyarse en la barra de aquel bar -uno de los pocos locales "bohemios e intelectuales" que quedaban en el Raval- y me dio la sensación de que seguía siendo un soltero-orgulloso-de-serlo; al menos parecía más feliz que algunos matrimonios con tres hijos, un perro, una hipoteca y unas vacaciones en Castelldefels.
Yo estaba sentada a pocos centímetros de distancia tomando aun el primer Martini, mareando el vaso y observando como los cubitos se hacían cada vez más pequeños. Entonces, después de pedir una Moritz al camarero y mientras esperaba a ser servido, giró la cabeza hacia mi y sonrió. Fue un momento de complicidad, pensé que debida al reconocimiento mutuo, pero luego entendí que su gesto era más bien algo así como una señal de compasión y confortabilidad de un individuo solitario encontrando a otro individuo solitario del género opuesto.
Al cabo de dos horas, tres gintonics y a unos escasos milímetros de distancia, le confesé entre risas que unos diez años atrás me había hablado sobre la censura en el franquismo y la crisis de sentido (entre otras muchas cosas) y que me sorprendía que los mismos temas que utilizaba entonces para instruir a sus alumnos, los estuviera utilizando ahora para seducirme. Contrariamente a lo que yo esperaba, no se enfadó. Ni por no haberle dicho antes que ya le conocía, ni por el comentario que, según como, podría haberle resultado ofensivo. Simplemente dijo:
- Perdóname si es la segunda vez que intento convencerte(1) con las mismas palabras.
... Y de fondo insistía la voz lánguida de Paolo Conte:
Via, via, vieni via di qui,
niente più ti lega a questi luoghi,
neanche questi fiori azzurri…
via, via, neache questo tempo grigio
pieno di musiche e di uomini che ti son piaciuti...
(1) Convencerte se vuelve aquí una palabra ambigua. ¿Quería el hombre examinar de nuevo los conocimientos culturales de la narradora y co-protagonista del relato? ¿O bien quería examinar sus habilidades en el catre? Podéis aportar opiniones y proponer posibles finales (siempre y cuando no sean como los de las películas de Disney).
Habíamos llegado a los treinta solos, aunque por aquellos tiempos él ya tenía casi cincuenta y, sí, seguía solo. O quizás demasiado acompañado como para escoger una de entre todas las personas que le rodeaban. Lo vi apoyarse en la barra de aquel bar -uno de los pocos locales "bohemios e intelectuales" que quedaban en el Raval- y me dio la sensación de que seguía siendo un soltero-orgulloso-de-serlo; al menos parecía más feliz que algunos matrimonios con tres hijos, un perro, una hipoteca y unas vacaciones en Castelldefels.
Yo estaba sentada a pocos centímetros de distancia tomando aun el primer Martini, mareando el vaso y observando como los cubitos se hacían cada vez más pequeños. Entonces, después de pedir una Moritz al camarero y mientras esperaba a ser servido, giró la cabeza hacia mi y sonrió. Fue un momento de complicidad, pensé que debida al reconocimiento mutuo, pero luego entendí que su gesto era más bien algo así como una señal de compasión y confortabilidad de un individuo solitario encontrando a otro individuo solitario del género opuesto.
Al cabo de dos horas, tres gintonics y a unos escasos milímetros de distancia, le confesé entre risas que unos diez años atrás me había hablado sobre la censura en el franquismo y la crisis de sentido (entre otras muchas cosas) y que me sorprendía que los mismos temas que utilizaba entonces para instruir a sus alumnos, los estuviera utilizando ahora para seducirme. Contrariamente a lo que yo esperaba, no se enfadó. Ni por no haberle dicho antes que ya le conocía, ni por el comentario que, según como, podría haberle resultado ofensivo. Simplemente dijo:
- Perdóname si es la segunda vez que intento convencerte(1) con las mismas palabras.
... Y de fondo insistía la voz lánguida de Paolo Conte:
Via, via, vieni via di qui,
niente più ti lega a questi luoghi,
neanche questi fiori azzurri…
via, via, neache questo tempo grigio
pieno di musiche e di uomini che ti son piaciuti...
(1) Convencerte se vuelve aquí una palabra ambigua. ¿Quería el hombre examinar de nuevo los conocimientos culturales de la narradora y co-protagonista del relato? ¿O bien quería examinar sus habilidades en el catre? Podéis aportar opiniones y proponer posibles finales (siempre y cuando no sean como los de las películas de Disney).