miércoles, 24 de junio de 2009

Lo que dejamos perder

La historia va de detectives, fantasmas e indigestión moral.

Me imagino a Catherine O’Flynn sentada delante de la pantalla en blanco del ordenador, remangándose las mangas y diciendo: «vamos a revolver conciencias». Pero, antes que nuestro ego pudiera sentirse turbado por sus intenciones, O’Flynn tuvo que pasear su novela por más de veinte editoriales en un camino largo y cada vez más desesperanzado, hasta que Tindal Street Press, un pequeño sello editorial de Birmingham –ciudad natal de la autora donde todavía reside-, decidiera confiar en su debut literario. Apostó y apostó bien. A día de hoy, Lo que perdimos se ha convertido en un fenómeno editorial en veinticinco países (más o menos el número de portazos editoriales recibidos anteriormente) y ha sido galardonada con tres de los más prestigiosos premios literarios en lengua inglesa: el Costa Award, el Galaxy British Award y el Jelf Group Award. Todo un inesperado éxito que una importante productora ya se ha apresurado en explotar, comprando los derechos del libro y llevándolo a la gran pantalla. Que no le pase nada.

Tratar de encajar Lo que perdimos dentro de un subgénero novelístico específico no tiene ningún sentido más que superficial e innecesario. En buena medida, la pieza está contaminada por el aura intrigante que caracteriza al género policíaco, pero no es propiamente una historia de detectives. A su vez, algunos fantasmas (unos más muertos que otros) transitan por los escondrijos del relato, pero no es, en absoluto, una novela de ficción tal y como se suele entender. La opera prima de O’Flynn trata de rehuir la frivolidad de las etiquetas malogradas para configurarse como nada más –y nada menos- que una perfecta radiografía del hombre contemporáneo desde la perspectiva más cotidiana posible; con lo cual resulta fácil, a la par que escalofriante, vernos reflejados en los personajes que en ella aparecen. De este modo, la intriga, los espíritus y el realismo se dan de la mano sin problema y comulgan al unísono con la voluntad de su “dueña”: «vamos a revolver conciencias».

Un ente gigante y deshumanizador es el principal elemento inquietante de la novela. Se trata del ficticio centro comercial Green Oaks, situado hipotéticamente en Birmingham, el cual actúa como lugar de confluencia de los personajes y como telón de fondo de sus vivencias. Green Oaks podría referirse perfectamente a cualquier megacomplejo comercial de los que proliferan incansables en la periferia de nuestras metrópolis. Esta clase de espacios austeros e inmensos empezaron a ponerse de moda hacia los años ochenta, erigiéndose –donde antes había fábricas- como los nuevos paradigmas del ocio, un ocio basado estrictamente en la experiencia consumista. ¿Quién no dedica buena parte de su tiempo libre a comprar? A los personajes de Lo que perdimos les pasa lo mismo. Todos ellos son víctimas oprimidas de éste entorno asfixiante que es Green Oaks y, por ende, del mundo en la que viven, o mejor, en el que se sienten atrapados. También nosotros lo somos.

Una pesadumbre lacerante emana de los pasillos solitarios y paredes silenciosas del centro comercial para recaer sobre los cuerpos de los personajes; sin embargo, ninguno de ellos parece querer remediar esa sensación de asfixia. Un vigilante nocturno, una dependienta de una tienda de discos, unos cuantos clientes anónimos…; todos ellos están atascados en los engranajes de la posmodernidad, lo cual aceptan con una apatía que suele resultar ofensiva al lector, por bien que él también se sabe cautivo de su propia vida. O’Flynn recoge a sus personajes errantes dentro de un shopping mall y de un giro agresivo e irreverente nos enfoca a nosotros, los protagonistas de carne y hueso, con la nitidez de este espejo que es su novela. En Lo que perdimos los individuos no son propietarios de las riendas de sus vidas. Por conformismo o por obligación, por cobardía o por necesidad, los personajes se dibujan como seres solitarios y aturdidos dentro de una realidad que no les satisface, pero que aceptan por ser ésta el resultado de haber sacrificado toda una serie de sueños en pro de una vida ¿mejor?, ¿más segura?, ¿o más aburrida? No obstante, mientras sus insatisfactorias vidas transcurren con forzada tranquilidad, empiezan a resurgir sin permiso los fantasmas de aquello que creían enterrado.

Las apariciones (más bien, alucinaciones) del espíritu de Kate Meany, una niña que solía jugar a detectives en el mismo Green Oaks veinte años atrás antes de desaparecer misteriosamente para siempre, son la personificación de esos fantasmas que vienen a perturbar la calma de aquellos que creen verla vagando en la noche por los pasillos silenciosos del centro comercial. En ella rebota el eco de aquel mensaje subversivo que la autora ha escondido en el interlineado y márgenes del libro: «vamos a revolver conciencias»; vamos a hurgar en ellas, vamos a marearlo todo y vamos a sacar a relucir lo más profundo y oscuro que encontremos. Entonces es cuando los personajes, despojados de sus vestiduras de supuesto bienestar, se nos revelan como individuos estigmatizados por los remordimientos de lo hecho y lo no hecho, culpables de no haber sabido escoger lo correcto en el momento preciso, de haber sacrificado tanto por tan poco. O’Flynn se limita a dejarnos con esta sobrecogedora fotografía sin ningún afán, aparentemente, moralizador. Pero, lo cierto es que, tras cerrar el libro, el lector siente la imperiosa necesidad de reordenar y cambiar algunos aspectos de su vida para que, si un día se le apareciera el fantasma de alguna Kate -un alma inocente, curiosa y llena de vitalidad-, no le pille desprevenido.

Por supuesto, la novela también nos ofrece algunas notas de humor británico subministradas, eso sí, en pequeñas y estratégicas dosis. Hay, sin embargo, una mezcla de tedio y tímida sorna en estos escasos soplos de aire fresco (lo que viene siendo el típico british sense of humour), lo cual termina por enfatizar, aún más, la tristeza que caracteriza al relato y a sus personajes. El ojo antropológico y sociológico de la autora, cuya formación en ambas disciplinas es evidente, no puede ni quiere detenerse en una mirada simple y superficial. Por eso, la cotidianeidad de los temas que trata y la cotidianeidad –también- con que lo hace no son, ni mucho menos, indicios de una actitud poco implicada por parte de la autora, sino el resultado de un minucioso análisis del mundo en el que vivimos y de las personas que lo transitamos. Lo que perdimos es, pues, una novela insultantemente ordinaria, terriblemente real.

Me imagino a Catherine O’Flynn expresando con palabras todo aquello que Edward Hopper –con sus escenas de autómatas melancólicos- solo llegó a mostrarnos con sus pinceladas de grises policromos, cuando una serie de cambios y el progreso irrefrenable empezaban a anunciar intuitivamente el advenimiento de una nueva era: la que Lo que perdimos nos (re)cuenta.


E. HOPPER, Summer evening

sábado, 20 de junio de 2009

Patrimonio y turismo

Me han publicado un artículo en http://paisajetransversal.blogspot.com/. Es un blog crítico de urbanismo, arquitectura y paisaje en general cuya voluntad es la de integrar distintas voces y enfoques sobre el tema. Es una iniciativa realmente interesante, no dejéis de echarle un ojo.

martes, 9 de junio de 2009

Estima

La historia, hoy, es simplemente ilustrada.




La gratitud de ser escuchado, comprendido y valorado positivamente, creo que no la había sentido nunca tan fuerte como ahora.

SOBRE MI

Mi foto
Tengo veintiún años y desde hace cuatro frecuento la carrera de Humanidades y otros lugares de alterne por el estilo. Soy inquieta, inconstante e inestable. Adoro la calma, pero mi vida es un caos.