lunes, 18 de enero de 2010

Melinda, ciudad invisible

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Habíamos dejado demasiadas casas con prisas en el pasado
y las habíamos dejado de cualquier manera o hechas un desastre,
o si no nos habíamos ido sin pagar el alquiler.

RAYMOND CARVER



Melinda es como tú quieras que sea. Desde el habitante más genuino hasta el que sólo la franquea para dirigirse a su destino, pasando por el inmigrante del este y el turista del oeste, todos ellos tienen derecho a opinar sobre ella y a modificarla a su antojo. El capricho de cualquiera se ve saciado en Melinda: el cielo puede ser cian, turquesa, lapislázuli, aguamarina —incluso verde, magenta o morado— según el pie con el que te hayas levantado hoy, pero mañana, si quieres, puede ser de otro color y estar seis palmos más cerca de tu cabeza que el día anterior. Es lo que viene a ser un traje a medida que, por mucho que oscile la topografía del cuerpo a lo largo de los años, siempre tendrá sus costuras bien amoldadas a cada surco de la piel.

Cada día y varias veces en un mismo día, Melinda reinterpreta, reinventa y reedita su apariencia dando lugar a nuevas formas cartografiadas o inimaginables. Su inconmensurable versatilidad, sin embargo, hace que no tenga una identidad axiomática a la que apelar ni un referente común con que uno pueda sentirse seguro y protegido en una noche de invierno de cielo morado (que quizás es la cálida mañana color turquesa de nuestro compañero de piso, si atendemos a lo antes dicho).

Después de un tiempo —o tan sólo de un rato—, Melinda, una de las que habías creado, pierde todo el interés que pudiera haber tenido en un principio: es hora de dar paso a una nueva. Uno se despide de sus Melindas con el mismo ímpetu delirante con que liquida las últimas tareas de la oficina y corre para poder coger el tren de las nueve y siete con toda esa muchedumbre anónima que también regresa a sus casas al caer la tarde. Ese afán de mutabilidad hace que no te puedas encariñar ni amar a una por encima de cualquier otra, y no sólo eso, sino que también es habitual que cada vez sean más y más concretas tus exigencias hacia lo que ella puede ofrecerte.

Nadie cree que Melinda vaya a aguantar mucho en esta trepidante carrera transformativa, pero, mientras no se queja, todos siguen embadurnándola con el inconstante cariz de sus ambiciones y de sus frustraciones.

3 comentarios:

Fénix dijo...

jajaja está bien esa ambigüedad entre ciudad y mujer. Una descripción muy quejumbrosa, que denota mucho hastío. Además Melinda es nombre de puta ¿no?. Muy adecuado al nombre de tu blog.

No sabía que se podían dejar comentarios en tu blog. A ver si actualizas más a menudo seguidora!

Fénix dijo...

si, eso, pásate más por aquí y menos por feisbu!

ASTRID G. dijo...

No sé si Melinda es nombre de puta, pero esta Melinda tiene mucho de prostituta huraña, eso sí. Gracias por pasarte más que yo por aquí.

SOBRE MI

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Tengo veintiún años y desde hace cuatro frecuento la carrera de Humanidades y otros lugares de alterne por el estilo. Soy inquieta, inconstante e inestable. Adoro la calma, pero mi vida es un caos.